MUELLE II, m., ‘dique junto al mar o a un río navegable para facilitar el embarque y desembarque’, tomado del cat. moll íd., y éste del b. gr. μNjλος íd., que a su vez se tomó del lat. MĶLES ‘masa’, ‘dique, muelle’.
1.ª doc.: 1591, Percivale.
En este idioma el vocablo es mucho más antiguo, puesto que moll figura ya en la Crónica de Muntaner, segundo cuarto del S. XIV (cap. 113). También es antiguo el it. mòlo: la forma triestina muol ya se documenta en 1440 y en 1543 (Ascoli, AGI IV, 360), en otras partes se halla con seguridad desde el S. XIV, quizá ya en el XIII (Vidos, Parole Marin., 483-4); venec. molo, sic. molu, napol. muolo, genov. mö, formas todas que presentan regulares correspondencias fonéticas; no se puede decir lo mismo del prov. mole, marsell. mouele, ni del fr. môle, documentado ya en el S. XVI (una forma catalanizante moulle en el XV): éstos han de ser italianismos. Desde Francia e Italia el vocablo se extendió por varios idiomas septentrionales (R. BrØndal, Danske Studier, 1932, 90 ss.), mientras que el ár. argelino mûl y el marroq. mûn pueden proceder también de la Península Ibérica.
Desde los trabajos de Ascoli y d’Ovidio (AGI XIII, páginas 370 y siguientes) se vió que las formas romances por razones fonéticas no podían venir del lat. M֊DŬLUS ‘molde’, y menos podían descender de MOLLIS ‘blando’ semánticamente. Por otra parte era clara la identidad de sentido con el lat. MĶLES f., pero ni el género masculino de las formas romances, ni su ò abierta, ni la ll catalana y peninsular, se explicaban con esta etimología; hasta que el helenista Kretschmer (ZRPh. XXIX, 456-8) demostró que el vocablo había pasado primero a través del griego: los muelles construídos por los emperadores romanos en Constantinopla se hicieron famosos, y sólo desde allí pasó el vocablo al romance; así se explica históricamente la peregrinación de una palabra propiamente latina a través del griego para llegar a las lenguas modernas. El gr. μNjλος se documenta con frecuencia desde el S. VI (Procopio) (hay variante μοǢλος, S. VIII, con vacilación vocálica que comprueba el origen latino); pasando por el griego se comprende el cambio de género y terminación (hecho frecuente en los latinismos griegos, vid. Kretschmer), el paso de la vocal tónica al timbre abierto (dado el carácter intermedio y más bien abierto de la o larga griega) y la transcripción catalana de la λ sencilla por λλ doble romance (comp. CALLAR); en cambio, la -e final castellana, y la fecha tardía en este idioma, son indicios claros del paso por el catalán. En conclusión, el vocablo penetró en las lenguas de Occidente por dos focos, italiano y catalán, desde los cuales se propagó por toda la Europa moderna. Ocasionalmente se ha empleado en castellano la forma italiana molo, hoy corriente en Chile.
DERIV.
Molejón cub. ‘farallón’ (Pichardo). Comp. MALECÓN.